“Cada uno de nosotros tiene derecho a conocer -o al menos a saber que existen- las grandes obras literarias del patrimonio universal (…) Varios de esos contactos se establecen por primera vez en la infancia y la juventud, abriendo caminos que pueden recorrerse después nuevamente o no, pero ya funcionan como una señalización y un aviso: `Esta historia existe… Está a mi alcance. Si quiero, sé dónde ir a buscarla´.”
Ana María Machado
Esta es la idea que surgió en nuestro centro hace algunos años cuando comenzamos a planificar el itinerario lector, que lo tenemos bien definido y es estable.
Sin duda, una de las decisiones más acertadas fue la de introducir en cada nivel escolar la lectura de un clásico o de una adaptación de un clásico y, en este sentido, pensamos que Platero y yo no podía faltar en la selección de lecturas que conforman dicho itinerario.
Es uno de los libros que más gusta a los niños, y lo leen de forma colectiva cuando están en 3º de E. Primaria, ya que disponemos de 25 ejemplares para los alumnos y 1 para el profesor. A este tipo de lectura se le saca mucho partido:
- se practica la lectura en voz alta
- se resuelven dudas de vocabulario
- se comentan en grupo los pasajes leídos, desarrollando de esta forma la expresión oral
- se comparten ideas e impresiones, fomentando la sensibilidad, la empatía y el respeto hacia las opiniones de los demás
- y lo más importante... se disfruta entre compañeros con la lectura de un buen libro
Estos son los datos del libro:
Adaptación Autor |
López Narváez, Concha Jiménez, Juan Ramón |
Ilustradora | Maier, Ximena |
Colección | Mi primer libro |
Edad | A partir de 8 años |
Editorial | Anaya |
Reseña
Platero y yo es la historia de un hombre y su burro.
Los dos iban juntos a todas partes, o a casi todas, y, mientras tanto, charlaban de las cosas sencillas y profundas de la vida, de las cosas del corazón. Era el hombre el que hablaba, claro, pero el burro lo escuchaba con cariño, atentamente.
Los dos vivían en un pueblo de Andalucía, caminito de Huelva, que se llama Moguer. En aquel lugar, la mayor parte de las casas son bajas y blancas y tienen geranios y claveles en todas las ventanas. Es un lugar alegre, y el aire huele a pinos y a mar, a limoneros y naranjos en flor.
El hombre se llamaba, Juan Ramón Jiménez y era poeta. El burro se llamaba Platero, y, de tanto oír a su dueño, también acabó siéndolo.
Los dos iban juntos a todas partes, o a casi todas, y, mientras tanto, charlaban de las cosas sencillas y profundas de la vida, de las cosas del corazón. Era el hombre el que hablaba, claro, pero el burro lo escuchaba con cariño, atentamente.
Los dos vivían en un pueblo de Andalucía, caminito de Huelva, que se llama Moguer. En aquel lugar, la mayor parte de las casas son bajas y blancas y tienen geranios y claveles en todas las ventanas. Es un lugar alegre, y el aire huele a pinos y a mar, a limoneros y naranjos en flor.
El hombre se llamaba, Juan Ramón Jiménez y era poeta. El burro se llamaba Platero, y, de tanto oír a su dueño, también acabó siéndolo.
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